La primera pregunta en la cabeza del tipo que pisó el rastrillo y el palo le pegó en la cara es:
-"¿Quién es el hijoputa que dejó esto en la mitad del camino?"
Respondiendo a nuestro reflejo aprendido de que siempre la culpa es de algún otro.
Pero a medida que el mundo gira, insistiendo contínuamente en que tenemos que dejar de mirarnos el ombligo y ser un poco menos pendejos, entendemos que la pregunta es:
-"¿Qué parte de mí está ordenando esto?" (pide y se te dará, dijeron por ahí...)
Entonces revisamos los apuntes, arrugamos un par de borradores... todo parece estar más o menos en orden...
Pero de pronto, mientras nos acariciamos el chichón para ver si afloja, nos damos cuenta, casi como en una revelación, que lo que nos está pasando es exactamente lo que (tal vez inconcientemente) habíamos pedido.
Vale renegar, porque una puteadita de vez en cuando no le hace mal a nadie.
Vale ponerse mal, es un derecho ganado a fuerza de vivir y que, de paso, nos ayuda a reflexionar un poco.
Lo que no vale es lamentarse, ni los "si hubiera sabido" (con el diario del lunes somos todos piolas), y menos aún las víctimas y los "por qué a mí?".
Somos responsables de lo que pedimos.
Muchachos, pongamole el pecho a las balas, que si las esquivamos mucho tiempo nos vamos a creer que se puede vivir a las agachadas.
Joao
Remojando la pluma, pa' que se ablande.
Lo dije, me lo recordaron, lo repito y lo sostengo: para ser feliz hay que tener huevos.