¿Cómo intentar desmenuzar los hilos que tejen la trama de las mil vidas que nos atraviesan?
¿Cómo ver más allá de los hechos para entender que cada segundo, cada acción, cada pelea, cada encuentro no son más que gigantescos (o ínfimos) engranajes de una maquinaria celeste infinita?
Sin comienzo, sin fin, lleno de magia.
¿Cómo no usar la palabra amor?
¿Cómo no intentar ejercerlo, en su estado más puro?
¿Cómo no tratar meterse en ese concepto, esa idea, esa sensación, ese sentimiento tan vapuleado, tan incomprendido?
Estamos aquí para experimentar.
Somos el experimento y el experimentador a la vez.
No hay límite, no existe el arriba y el abajo, es todo lo mismo: una experiencia experimentando.
Nuestra importancia carece de importancia.
En el momento que nos entreguemos a la vida con no mucho más que una sonrisa y mucha confianza vamos a ver qué hay más allá de nuestro ego. Ego que se encarga todos los días de disfrazarse de abismo insondable y de montaña infranqueable, contándonos que somos importantes o que no valemos nada (es lo mismo).
La verdad es que somos como moho que crece en la raíz antiquísima de un árbol. Somos un milagro de la vida: miles de factores complejísimos se combinan para que a cada segundo podamos respirar.
Pero es fundamental entender que ninguno de esos factores dependen de nosotros. Ni siquiera podemos elegir dejar de respirar.
Tenemos un regalo único, maravilloso, tan eterno como cada segundo que pasa.
¿Cómo no ser amor?
Joao