Mambo Número 84: Tengo un sentido de la obediencia desesperadamente desarrollado. Indicaciones del estilo "No tocar", "No pasar", "No se aceptan reclamos pasados los 14 segundos" me pueden. Me hacen sentir mal si los transgredo.
"Si alguien se molestó en ponerlo por algo será", me miento a veces, ocultando las molestas mariposas en la panza que me provoca(ría) una llamada de atención por hacer algo que no se debe(ría) hacer.
No quiero abusar de las comillas, sé muy bien que el No se debe hacer, muchas veces tiene más que ver con que el dueño del establecimiento en cuestión no tiene ganas de soportar molestos, que con que debido al incumplimiento de las inocuas reglas, algo terrible acontezca.
Hace un rato, mientras rumiaba este post, casi que entreví algo: este inconveniente mío (que me trae más malestares que premios a la buena conducta) tiene el formato de una fobia. Un individuo divisa un elemento al que tiene un miedo descontrolado (rata, cucaracha, víbora o zapato marrón izquierdo talle 42). El individuo se paraliza, o corre, o grita, o ataca, o lo que sea; la cuestión es que está fuera de su control la acción que está llevando a cabo.
A mí me pasa algo similar: yo sé cabalmente que reservar una mesa en Mac Donald antes de comprar la hamburguesa no va a hacer caer su imperio, incluso tampoco me van a echar, ni me van a decir nada. Y en el último de los casos, si viene una señorita con su camisa a rayas y su gorra visera y su cola-de-pelo que-sale-por-el-agujero-de-atrás-de-la-gorra a decirme que por favor espere a tener mi famoso pedido antes sentarme en la mesa, eso no me transforma en un estafador profesional, una mala persona que hizo algo que no debía y que merece mil castigos...
Y me parece que por ahí vienen los tiros. En el juzgado que nos viene instalado a cada uno, a mí me tocó un fiscal mordaz, detallista y perseguidor, mientras que mi pobre y moralista abogado defensor mira a su cliente (es decir a mí) y si bien trata de esgrimir algún argumento convincente para que no lo decapiten, en sus fueros más internos sospecha que algo habrá hecho el delincuente este.
Muchas veces traté de encontrar el origen de estos comportamientos. Casi todas las veces desde el fondo de la historia, saluda mi viejo, colándose cada vez que pudo, sacando ínfimas ventajas que me avergonzaban cada vez más. De todas formas ya no lo culpo, cada uno elije, con las armas con las que venimos equipados, qué mecanismos desarrollar para mantenernos dentro un eje.
Eso a modo de introducción que se hizo un poco larga.
Nunca voy a ser preciso con las fechas de memoria. Revisando mails viejos confirmo que a mediados de noviembre de 2009 nos estábamos enterando, laparoscopía mediante, que muy a nuestro pesar, el cáncer que tenía la viejita en el estómago ya había tomado todos los órganos de alrededor: no había nada que hacer.
Nos mandaron a todos a dormir, hacía muchas horas que estábamos arriba debido a la operación y mamá necesitaba descansar.
Por prolijidad literaria me gustaría tener los detalles de, por lo menos, los movimientos que me llevaron a la siguiente situación, pero por más que me esfuerzo, ni la lógica ni la memoria me permiten reconstruir esos días.
Estaban por ser las 8 de la noche, Pablo y Mauro me esperaban en el auto, yo tenía que dejar un último papel en la sección de enfermería de la clínica donde mamá dormiría esa noche. En el último saludo, la viejita, con su ánimo mermado por la invasión de la operación, pero la tranquilidad del que sabe (hace mucho) qué es lo que está por pasar me dice:
- "Hijo, te pido un favor, acá me tienen a tecito. El doctor dice que no puedo comer nada, pero tengo más hambre que Radical del '30, no me traés un sanguchito?"
Una sensación actual trata de engañarme, inventando en la memoria un cartel de "Prohibido ingresar con comida".
Salí decidido, aunque dudaba. Los 'inimputables' estaban en el auto (capaces de entrar desnudos y comiendo un pancho en una transmisión televisiva de cadena nacional, o de organizar una peña justo al lado de un cartel de "prohibido pisar el césped" sin que de verdad les importe, porque saben a la vez que tampoco pasa nada). Pero esta misión era solo mía.
Entrar en las descripciones nefastas de haber pedido un tostado sin tostar en el café de la esquina y de mi cara con expresión de estar ingresando con una bomba incendiaria en una reserva natural no vienen al caso.
El hecho es ínfimo, pero mi alegría es infinita.
En días donde las preguntas se agolpan, un libro oportuno me hace revivir días pasados, tristes, pero de los que nacen los recuerdos, las sensaciones y las razones más sublimes.
Me siguen enseñando, de lejos, y con los mecanismos más raros. La luz siempre se abre paso.
Joao
... ah... claro.. sin reglas no habría nada que romper para sentirse más vivo.