miércoles, diciembre 16, 2015
De verdad estamos enteros
Muchas veces aparecen algunos textos que denuncian "Nos han hecho creer que estamos incompletos, que nos falta una mitad".
Hoy me desperté con una certeza: no nos lo han hecho creer, lo hemos querido creer nosotros solitos.
Parece que todas las cosas lindas son de a dos. ¿O será que necesitamos público?
Lo digo sin mala intención, no es una acusación, es una expresión de lo que me parece que, en algún modo, hacemos todos en forma natural.
Sin ir más lejos, esto mismo que escribo y hago público, en algún punto lo hago por ese mismo motivo.
¿Por qué una red social como Facebook tiene tanto éxito? Si es que medimos el éxito por la cantidad de personas que la usan y la consumen.
Porque queremos que otro vea lo que vivo (hago/pienso/digo). Es todo.
Dentro de ese mismo mecanismo, deseamos ver lo que hace un otro, como forma de retroalimentar el sistema.
Les pregunto: ¿a cuántos de ustedes les pasa de no poder dejar de ver lo que hacen los demás en las redes sociales? Y después ¿cuántos tiene la sensación de haber perdido tiempo?
Creo que es la lucha de nuestro ego con nuestra alma. Retroalimentar el sistema egóico, en contra de experimentar realmente la vida.
De ahí llego a una humilde conclusión.
Deseamos con toda nuestra fuerza "validar" las experiencias que tenemos. Nuestra mente necesita que haya alguien mirándonos mientras disfrutamos.
No le alcanza con vivir la experiencia, ya que su forma estructural es la del observador de un proceso. Si no hay alguien observando, la experiencia "no sirve".
Ojo, no culpemos al probrecito seso: si la mente no estuviera dividida no serviría para nada, necesita múltiples visiones para desarmar los problemas y explorarlos desde diferentes puntos de vista. O sea que es parte de esencia.
No es lo mismo con el alma, que es una, no solo dentro nuestro sino con todo alrededor.
En el momento en que podemos experimentar la vida desde la presencia del cuerpo/alma, ya no necesitamos una validación externa.
Ni pareja, ni amigos, ni familia que le dé sentido a lo que hago/pienso/digo.
Obviamente como animales sociales, vamos a estar en manada y eso nos conviene por un montón de razones que por un lado escapan al alcance de esto que escribo, y por otro, tengo la delicadeza de desconocer por ahora.
Entonces, esta reflexión no intenta decir "estemos solos", sino "primero estemos con nosotros mismos", después de eso disfrutar de todas las cardinalidades posibles que ofrece la compañía y el compartir.
La sensación de incompletitud, de que si no comparto una experiencia la experiencia no sirve, viene del dominio de la mente sobre nuestra vida, como único centro de conocimiento y verdad.
Piensen en emociones fuertes, en el segundo preciso en que una alegría los invade. Por ejemplo, en el preciso momento en que una montaña rusa arranca su recorrido a toda velocidad. ¿Es importante (en ese exacto segundo!) si al lado hay alguien conocido o no?.
La respuesta natural será "Si, claro, compartirlo es hermoso para después conversarlo".
Pero pregunto de nuevo: en el mismísimo segundo que está ocurriendo... ¿de verdad siento el hecho de compartirlo? ¿o me atraviesa como una tromba emocional sin posibilidad de análisis alguno?.
Lo que ocurre es que en el momento posterior, la mente que divide y estudia, quiere comparar experiencias. Entender lo que pasó y de paso, alimentar el ego que se reconoce cuando es reconocido.
Si comenzamos a vivir desde el yo, sin esperar una validación posterior.
Si las experiencias nos las cargamos en el alma y las vivimos desde adentro en el preciso momento en que están pasando.
Si entendemos que estamos en el presente, y que ya podremos contar (o no!) la maravillosa vida que estamos transitando.
Si apuntamos para ese lado, me parece que nos anotaremos algún poroto en esta lotería de la felicidad a la que estamos jugando.
Yo creo que si logramos incorporar de a poco conceptos como estos, dejaremos de estar internamente divididos.
Usando la mente para lo que sirve, al igual que el cuerpo y el alma.
Si dejamos de querer creernos que nos falta un pedazo, en ese mismo momento empezamos a estar acompañados por lo mas grande que existe. Nosotros mismos.
Joao
Abrazado a si mismo :-)
lunes, diciembre 14, 2015
El significado del juego.
No soy un gran conocedor de fútbol. No, eso es tratarme demasiado bien: soy un ignorante absoluto hasta de sus detalles menos sutiles.
En algún punto me siento un poco indigno, las mentes que más admiro se desviven por ese deporte.
Saben comunicar una cierta magia que sobrepasa las meras jugadas fabulosas y los goles épicos.
Supongo que cada uno adivina el universo donde mejor se mueve.
De todas formas este escrito no trata de otras personas hablando de fútbol.
Sino de lo que pude observar de cierta lógica en lo que corresponde a la motivación en los juegos.
Y el fútbol, como representación de los juegos, me da una herramienta bastante útil.
¿Qué es lo que motiva a un ser a jugar?
Una reflexión más que apresurada nos podría decir que tiene que ver con la sensación o necesidad de ganar.
Y creo que desde ahí es de donde quiero tomar el hilo de esta humildísima nota.
Yo supongo que toda persona que juega a algo tiene en algún punto, un anhelo básico por la victoria (descartemos simulacros de juegos entre padres e hijos pequeños, que tienen otra motivación).
Lo interesante es que si llegamos a asegurar la victoria (o el fracaso) en forma inequívoca a cualquier participante de cualquier tipo de juego, estoy absolutamente seguro que en muy poco tiempo perderá toda motivación.
Volviendo al tema inicial, supongamos un partido de fútbol, para el cual puede haber dos premisas:
- Uno de los arcos tiene construida una pared de ladrillos frente a uno de sus arcos.
- Uno de los equipos arranca con 100 goles a favor en el marcador.
En cualquiera de los dos casos, el juego carece absolutamente de sentido.
Chilenas espectaculares, sombreros sublimes y gambetas magistrales no podrán motivar al más pintado de los hinchas, ya que el resultado está pautado de antemano.
Los jugadores no queremos tener asegurada la victoria, ni mucho menos prefijado el fracaso.
Para jugar el juego grande, debemos saber que existe una posibilidad, en un millón de que el resultado nos pueda ser favorable.
Pero nada más, ganar de antemano también es aburrido.
Juguemos... que la mente se quede en el vestuario y dejemos que el sea el universo el que anote los puntos en el marcador.
Juan
Acomodando las canilleras
En algún punto me siento un poco indigno, las mentes que más admiro se desviven por ese deporte.
Saben comunicar una cierta magia que sobrepasa las meras jugadas fabulosas y los goles épicos.
Supongo que cada uno adivina el universo donde mejor se mueve.
De todas formas este escrito no trata de otras personas hablando de fútbol.
Sino de lo que pude observar de cierta lógica en lo que corresponde a la motivación en los juegos.
Y el fútbol, como representación de los juegos, me da una herramienta bastante útil.
¿Qué es lo que motiva a un ser a jugar?
Una reflexión más que apresurada nos podría decir que tiene que ver con la sensación o necesidad de ganar.
Y creo que desde ahí es de donde quiero tomar el hilo de esta humildísima nota.
Yo supongo que toda persona que juega a algo tiene en algún punto, un anhelo básico por la victoria (descartemos simulacros de juegos entre padres e hijos pequeños, que tienen otra motivación).
Lo interesante es que si llegamos a asegurar la victoria (o el fracaso) en forma inequívoca a cualquier participante de cualquier tipo de juego, estoy absolutamente seguro que en muy poco tiempo perderá toda motivación.
Volviendo al tema inicial, supongamos un partido de fútbol, para el cual puede haber dos premisas:
- Uno de los arcos tiene construida una pared de ladrillos frente a uno de sus arcos.
- Uno de los equipos arranca con 100 goles a favor en el marcador.
En cualquiera de los dos casos, el juego carece absolutamente de sentido.
Chilenas espectaculares, sombreros sublimes y gambetas magistrales no podrán motivar al más pintado de los hinchas, ya que el resultado está pautado de antemano.
Los jugadores no queremos tener asegurada la victoria, ni mucho menos prefijado el fracaso.
Para jugar el juego grande, debemos saber que existe una posibilidad, en un millón de que el resultado nos pueda ser favorable.
Pero nada más, ganar de antemano también es aburrido.
Juguemos... que la mente se quede en el vestuario y dejemos que el sea el universo el que anote los puntos en el marcador.
Juan
Acomodando las canilleras
Jugar. Quiero jugar maestro... Hagamos un chinchón.
martes, noviembre 24, 2015
Quiero
Quiero llorar a gritos.
Quiero reir toda la eternidad.
Quiero ver la foto que está en la tapa de la caja que contiene el rompercabezas universal en el que estamos. Aunque sea solo un momento.
Quiero entender que no voy a entender. Nunca.
Quier saber lo que me toca saber.
Entender mi raíz.
Quiero sumergirme en la realidad, tanto que atraviese los miedos, los conceptos, las ideas, la materia. La verdad.
La verdad está todos los días con nosotros. Lista a ser usada y disfrutada.
Todo lo demás es complejidad, unidad elemental del soporte de la vida.
Ver por encima del hombro del plan divino, de a chispasos es lo que nos toca.
Entender que estamos en la ilusión. que somos la ilusión.
Que nunca nada nos puede pertenecer, porque somos la interrelación de circunvoluciones energéticas.
Una onda en el tiempo. Un suspiro.
La complejidad nos da vida y sustento. Es el precio de respirar átomos, es la bendición de sentir el tiempo.
La dicha de sabernos experimentadores del mundo, la llave de la inmortalidad fugaz: experimentar el mundo.
Para nosotros, o para Dios en nosotros. Que es exactamente lo mismo.
Quiero dejar de querer, y a la vez lo quiero todo.
Llenar mi experiencia de experiencias, infinitas, vulgares, ridículas, majestuosas, simples. Únicas.
Quiero, deseo, me desangro por una sola cosa: tener el coraje vivir lo que me toca.
Juan Pablo
Perdido y encontrado
sábado, octubre 31, 2015
No necesitamos nada.
Recorremos la espiral, una y otra vez.
Y cada vez es una nueva bendición.
Cuando era muy chiquito era fanático de los cuchillos, me encantaban y me gustaba coleccionarlos.
Llegué a "forjar" mi propio cuchillo de aluminio, con mango de madera y cuero con funda cocida a mano.
Siempre estaba en busca de uno más. Y cuanto más extraño mejor.
Tenía cuchillos para arrojar, estilográficas que escondían una daga en su interior, navajas y réplicas de cuchillos famosos.
Mi ritual era pararme frente a la armería más conocida de la ciudad y mirar durante horas la vidriera, elijiendo.
Cada vez que aparecía algo nuevo, me quedaba adorando sus líneas, sus detalles.
Y lo tenía que tener. Estaba destinado a empuñarlo.
Comenzaba así una recorrido de ahorros hasta poder juntar los suficiente para entrar triunfal y comprar el cacharro de turno.
Pero algo comenzó a llamarme la atención: el tiempo de ansias y ahorros era eterno. Y el placer de la obtención era realmente efímero.
Casi que lo obtenido desaparecía después de un par de horas de contemplación y sueños de aventuras.
Y un día tuve un insigth, por llamarlo de alguna manera canchera.
Estaba en mi chequeo periódico de la vidriera de la armería cuando descubrí algún artículo que, a modo de licencia literaria, mentiré que recuerdo claramente como un nuevo modelo de Victorinox.
Una vez más sentí la opresión del deseo en el pecho, de tener que tener algo.
Y mientras estaba atravesando el sentimiento, casi como un rayo de luz, un pensamiento surgió en mi cabecita: "Si hace 10 segundos no sabías de la existencia del chisme este... ¿cómo es que ahora sentís que lo necesitás para vivir?"
A partir de ese día, mi niñez fue mucho más libre.
Muchos años después, mientras escribo esto que escribo, entiendo que mi mente volvió a engañarme contándome que hay cosas que necesito para vivir.
El niño no solo curó su niñez, sino que ahora viajó en el tiempo para darme casi 30 años depués la misma llave de la felicidad.
El Maestro está atento.
Solo debemos tender la mano, la esencia, el alma.
Juan
Y cada vez es una nueva bendición.
Cuando era muy chiquito era fanático de los cuchillos, me encantaban y me gustaba coleccionarlos.
Llegué a "forjar" mi propio cuchillo de aluminio, con mango de madera y cuero con funda cocida a mano.
Siempre estaba en busca de uno más. Y cuanto más extraño mejor.
Tenía cuchillos para arrojar, estilográficas que escondían una daga en su interior, navajas y réplicas de cuchillos famosos.
Mi ritual era pararme frente a la armería más conocida de la ciudad y mirar durante horas la vidriera, elijiendo.
Cada vez que aparecía algo nuevo, me quedaba adorando sus líneas, sus detalles.
Y lo tenía que tener. Estaba destinado a empuñarlo.
Comenzaba así una recorrido de ahorros hasta poder juntar los suficiente para entrar triunfal y comprar el cacharro de turno.
Pero algo comenzó a llamarme la atención: el tiempo de ansias y ahorros era eterno. Y el placer de la obtención era realmente efímero.
Casi que lo obtenido desaparecía después de un par de horas de contemplación y sueños de aventuras.
Y un día tuve un insigth, por llamarlo de alguna manera canchera.
Estaba en mi chequeo periódico de la vidriera de la armería cuando descubrí algún artículo que, a modo de licencia literaria, mentiré que recuerdo claramente como un nuevo modelo de Victorinox.
Una vez más sentí la opresión del deseo en el pecho, de tener que tener algo.
Y mientras estaba atravesando el sentimiento, casi como un rayo de luz, un pensamiento surgió en mi cabecita: "Si hace 10 segundos no sabías de la existencia del chisme este... ¿cómo es que ahora sentís que lo necesitás para vivir?"
A partir de ese día, mi niñez fue mucho más libre.
Muchos años después, mientras escribo esto que escribo, entiendo que mi mente volvió a engañarme contándome que hay cosas que necesito para vivir.
El niño no solo curó su niñez, sino que ahora viajó en el tiempo para darme casi 30 años depués la misma llave de la felicidad.
El Maestro está atento.
Solo debemos tender la mano, la esencia, el alma.
Juan
Lo único real es lo que creemos.
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